Mármol habitado
Siempre lo deseé,
como nunca esmaltado
y ataviado de adioses.
Asomarme a esa permanente revelación del mármol de Tavera, de su calavera esculpida en formato de eternidad.
¿Y si Catherine Deneuve se distanciara de lo sensible para mostrarse ante el más allá como un temblor a oscuras, principio y semblante, silencio y abandono?
Sobrevendrá entonces, que todos los muertos, junto a los vivos, formen una cadena humana alrededor del Cardenal Tavera, avanzando como simientes de un hombre nuevo, revivido y renacido en plena pascua judía.
Qué vientre, por primordial que sea, es capaz de sostener el dolor del mundo. Sólo el oclusivo rostro marmóreo de Tavera le dará el impulso pendiente y genital, rompiéndose en astillas y cortando los bordes de un útero colocado en la ciudad de Toledo.
En unos días estaré ahí mismo, inclinado sobre ese hieratismo extrañamente especular, en el Hospital de Tavera, en ese mismo lugar en el que Buñuel buscó la oportunidad del espíritu, su última posibilidad de entender algo ante una porción de mármol habitado.
El rigor mortis de Tavera es una definición más de la verdad, sólo hay que aproximarse a él y escuchar el antes y el después, la barrera dimensional y una especie de hálito que exhala a cada instante.